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Director del Departamento de Filosofía, Dr. Rodrigo Pulgar, escribe sobre «Toma y Democracia»


El siguiente, corresponde a texto integro del Director del Departamento de Filosofía, doctor Rodrigo Pulgar, de su artículo titulado «Toma y Democracia».

 

Me tomo la licencia de recurrir  a Jorge Millas quizá el mayor filósofo chileno de la historia, quien el año 1963 se plantea como voz discordante en el auditorio de la Universidad de Concepción. En ese escenario señalaba algo que hoy cobra actualidad,  decía Millas: “Estamos en el intento de libertarnos de la sujeción económica y política, para entregarnos inconscientemente y ciegamente a una forma de servidumbre ideológica que nos lleva a considerar enemigos de la humanidad al que no ha elegido esos medios que nosotros consideramos como necesarios para resolver aquellos problemas y a aquellos que no están dispuestos a aceptar que la verdad puede ser monopolio de un grupo militante de personas, que piensan de una manera dogmática y que creen, como nuevos iluminados, tener el secreto y ser los oráculos de la situación histórica”. Lo traigo a colación por una cuestión de responsabilidad con la sociedad.

Que existe riesgo del posicionamiento del pensar dogmático es un asunto ya real en ciertos espacios sociales, en particular, en ciertos ambientes del movimiento universitario. Lo indico al ver que somos testigos del afán de algunos y algunas por derribar todo disentir de sus postulados. No podemos seguir siendo ciegos, sordos y mudos a este hecho que pone en cuestión el sentido mismo de Universidad, lugar creado, y desarrollado como el espacio privilegiado para el “habla humana”.

No cabe duda que hay violencia en la acción de la toma u ocupación de los espacios universitarios. Cuando esto se vuelve una constante, ya no es una simple fractura en la historia universitaria; por el contrario se naturaliza, ergo, se normaliza y  con ello pierde toda su originalidad como forma de protesta, o como medio de instalar demandas. Cuando se normaliza,  las causas que dan origen a los movimientos que podemos sintetizar como una forma de reacción por la persistencia de formas de injusticia estructural-sistémica, se vuelven medios y el fin pasa a ser la acción misma, léase: tomas u ocupaciones.

La acción como fin puede acabar con el paradigma universitario descrita en su Misión, también en su lema: “El Desarrollo Libre del Espíritu”.  Además  la acción como fin instala la paradoja entre una  Universidad pensada y desarrollada como el espacio del “hablar y el escuchar”, por tanto, como aquel lugar que mediante el diálogo la comunidad descubre verdades,  genera conocimiento y se da los canales para su transmisión, y una universidad cerrada a todo lo que la identifica en su esencia. Paradójica cuestión, pues resulta imposible cumplir su misión en un número significativos de espacios, y particularmente, en aquellos donde se intenta cultivar en diálogo la reflexión sobre la condición humana o lo que un filósofo denominaría el Mundo de la vida.

La ocupación de los espacios por parte de un pequeño grupo de estudiantes tiene una dinámica que a veces resulta compleja de analizar, pues las más de las veces son acciones decididas en pequeños círculos, lo cual se quiera o no, violenta el espíritu mismo de la idea de participación democrática. A no ser que lisa y llanamente no crean en este modo de organización y de vida en sociedad.

Ocupar los espacios resulta contradictorio con lo que persiguen las humanidades, la educación y en general las ciencias sociales. Ocupar los espacios creados por años como lugares de comunicación y discusión de las ideas, y hacerlo como una forma de presión o como lugar para construir relatos es, por lo bajo, extraño, pues ¿es posible aquello si en general se vetan los accesos a quienes deben cumplir la tarea propiamente universitaria, vale decir, a todos y todas quienes le dan vida? La mirada primaria a tal forma de manifestar descontento o de posicionar temáticas da la sensación que no mueve a generar los apoyos pedidos. Esto no significa desconocer que las movilizaciones sociales universitarias conducidas por los y las estudiantes provoca al menos conciencia sobre problemas de injusticia estructural en varios campos. Empero, en una lectura al quehacer cotidiano de algunos y algunas que tienen por medio ocupar los espacios se posiciona otra injusticia: desconocer el valor de disentir como si éste fuese un error. Ahí, en ese comportamiento desocultado, un talante absolutista y a la vez mesiánico posible de describir del siguiente modo: “por mi interpretación de la realidad, los que sufren dejaran de sufrir, basta con que sumen”. No seguir este parámetro implica complicidad con aquello que es la causa de los males del mundo. Hay ahí una configuración ideológica que puede resultar peor que lo criticado.

Apelar a la idea de que “los y las movilizados y movilizadas lo hacemos por ustedes”, es lo mismo que poner una lápida al principio de autonomía de la voluntad, es auto arrogarse el derecho de decidir por el otro u otra. Al respecto, no debe sorprender que alguna voz juzgue todo aquel obrar como fascismo del más pueril pues desconoce sus efectos

¿Cómo conversar en un espacio que no guarda la condición pedida para hacerlo? ¿Cómo establecer un espacio común en dónde las partes se encuentren porque de algo se sienten efectivamente participando?, pero, ¿cómo hacerlo  realidad si una de las partes que compone el espacio decidió que las condiciones de la instalación de aquel espacio, está previamente definido por una óptica de interpretación que veta el valor de las otras miradas? Todas las respuestas a estas preguntas y a otras que nacen en una escenografía de exclusión, porque de eso al final se trata: excluir otras miradas de realidad, otras arquitecturas sociales, produce en principio desamino. Son muchas y muchos que se abandonan al pesimismo por no poder vivir la vida buena que la vida universitaria les prometió. Sé que es circunstancial, mas también sé que lo circunstancial define la vida diría Ortega y Gasset, y cuando la circunstancia se viste de normalidad, cuando lo no natural que es que uno o una decida por mí termina siendo visto como lo natural, se acaba al final entrando en un proceso de despersonalización. Éste es observable en el pesimismo que acompaña el no saber si el espacio común construido para el diálogo cumplirá su objetivo.

Son muchas las preguntas que nacen al escuchar y ver formas de acción que responden a cierta mecánica de ver y actuar la realidad por parte de un sector universitario. Lo peligrosos del asunto es que este sector responde a áreas de humanidades, educación y ciencias sociales. La razón del juicio es que partimos del supuesto que estos mismos que ocupan los espacios, aceptaron ingresar para su formación a esta universidad.

Hace muchos años escribí que ciertos modos de acción llevada por algunos y algunas dentro de la universidad significaba que en el fondo vivíamos una universidad secuestrada. Al releerlo, veo que nada cambia en los modos. Pero lo peor es el silencio ante esto que nos atosiga, el aceptar la negación a disentir, el temor de no actuar a fin de no desafiar la realidad impuesta por una minoría… En fin… sólo espero que esta fractura en la historia deje de ser una constante, pero eso ocurrirá cuando no la sigamos aceptando como un hecho de naturaleza normal.

 


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